Camino del Norte (Etapa 10) – Castro Urdiales a Santoña por Laredo: Una jornada costera llena de encuentros
Al comenzar el día a las 6 de la mañana, el aire fresco y la silueta del mar aún en penumbra marcaban el inicio de la etapa. Como es costumbre en mi Camino, salí en busca de un bar abierto para tomarme un café para llevar. Este pequeño ritual —el primer sorbo caliente mientras empiezo a caminar— se ha convertido en una ceremonia diaria. Hoy, además, lo tomé despidiéndome de la playa de Castro Urdiales, con la espuma del mar como compañía.
El recorrido costero: De Castro a la N-634
La ruta avanzó por parajes cada vez más tranquilos, entre tramos rurales y senderos costeros. Crucé Allendelagua y, más adelante, Cérdigo, donde el encinar me regaló uno de los tramos más bellos del Camino. Luego, desde lo alto, pude admirar las vistas hacia la playa de Arenillas, un rincón solitario que parecía esculpido para los caminantes que buscan inspiración.
Después vino un largo trecho por la Nacional 634. Aunque menos bucólico, me permitió mantener el ritmo y pensar en los encuentros del día. Fue entonces cuando conocí a una pareja italiana de Milán. Charlamos en una mezcla de idiomas, rescatando mi italiano algo oxidado. Me contaron su deseo de conocer Sevilla y compartimos sonrisas, ritmo y caminos.
Ayuda en el Camino: el espíritu del peregrino
Un momento inesperado sacudió la rutina cuando nos encontramos con un peregrino francés accidentado. Tenía la cara sangrando, confundido y dolorido. Nos unimos varios para ayudarlo, limpiar sus heridas y orientarle hacia un centro médico cercano. Fue uno de esos momentos que recuerdan por qué el Camino es más que una senda: es una red invisible de cuidado mutuo.
El mirador de San Julián y la cima de Erio
Tras cruzar Liendo e Isca Vieja, el camino se tornó más agreste. Ascendimos hasta el mirador de San Julián y desde allí, el mundo se abrió en acantilados y mar. La subida continuó hasta la cima de Erio, uno de los puntos más altos de la etapa, donde la panorámica sobre Laredo fue sencillamente abrumadora. Una recompensa visual perfecta tras tantos kilómetros.
Una llegada inesperada: la playa de Laredo y el cruce a Santoña
Ya en Laredo, comenzó uno de los tramos más curiosos del día: caminar descalzo unos 4 km por la Playa de La Salvé, con los pies mojándose en la orilla. La sensación de libertad, de arena y agua, fue única. Pero lo mejor estaba por llegar.
El punto de embarque hacia Santoña no era evidente. Google Maps marcaba literalmente la arena y, efectivamente, así era. Tras cruzar matorrales, seguimos caminando por la playa hasta encontrar una bandera estilo tienda de surf que ondeaba solitaria. Era la señal. Allí, en mitad de la arena, esperamos hasta que una pequeña barca encalló para recogernos. El mar quieto, el cielo limpio, y la sensación de que el Camino siempre guarda momentos mágicos.
Costumbres del peregrino: desayuno y el objetivo invisible
Como cada día, mi objetivo era claro: caminar entre 10 y 15 kilómetros sin parar tras el primer café. Durante ese tiempo, una barrita energética o algo de azúcar ayuda a mantener el ritmo. Pero el verdadero premio llega cuando encuentro ese bar de referencia en el que poder disfrutar de un gran desayuno. Hoy, ese café inicial fue una despedida a la playa, y el desayuno final, una bienvenida al nuevo día.
El cierre perfecto: cerveza fría y anchoas del Cantábrico
Como no puede ser de otra manera, mis jornadas siempre terminan con una cerveza helada. Es un premio simbólico y físico, una pausa celebrada. En Santoña, tierra de anchoas, no podía faltar la gastronomía local. He tenido la suerte de degustarlas de dos formas memorables: acompañadas de pimientos del piquillo y en una tabla con queso azul, todo ello maridado con un buen vino blanco. Fue el broche perfecto a una jornada que lo tuvo todo: mar, amistad, esfuerzo, belleza y sabor.
Fin de etapa: Santoña
Con los pies cansados pero el alma en calma, pisé las calles de Santoña sabiendo que este día quedará en mi memoria. No solo por el recorrido, sino por los pequeños gestos, los paisajes y la conexión humana que cada jornada del Camino me regala.














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