Camino del Norte (Etapa 11): de Santoña a Güemes. Soledad, tierra mojada y un mini chalet en la colina
Hoy el Camino me ha recibido con silencio. El tipo de silencio que no abruma, sino que te acompaña. He caminado prácticamente solo, cruzando palabra con apenas unas pocas personas. Y en ese espacio tan vacío de voces, el Camino habló alto. A su manera.
El regalo del Brusco
La salida de Santoña fue tranquila, con la Playa de Berria como alfombra interminable para comenzar el día. Tras unos kilómetros en calma, llegó la subida al pico de El Brusco, uno de esos momentos donde el esfuerzo y el alma se encuentran. La subida fue exigente, pero el premio estaba arriba: a la derecha, la playa todavía verde y callada; a la izquierda, Noja asomando entre brumas y la playa de Helgueras dibujando la línea del horizonte.
En la cima, un pequeño instante humano: un matrimonio de avanzada edad, italianos, con quienes compartí unas palabras sobre calzado de peregrino. Entre risas y respiros, nos entendimos perfectamente.
Desayuno de playa y caminos entre ganado
Tras la bajada, tocaba uno de los tramos más hermosos del día: 4 km por la playa. Fue mi mejor forma de ganarme el desayuno en Noja, uno de esos premios que saben doble después de tanto caminar.
Desde allí, la ruta transcurrió por caminos rurales, prados verdes y carreteras terciarias con poco tráfico. Solo el murmullo de vacas y algunos pájaros acompañaban el ritmo de mis bastones. De paso, iglesias y ermitas cerradas que, aun así, regalaban sombra y belleza.
Alfredo, patatas y Lebrija
Pasando por San Miguel de Meruelo, un señor muy simpático, Alfredo, me preguntó en tono burlón si quería ayudarle a recoger patatas. Me invitó a su huerto —herencia de su padre— donde estaba trabajando para abastecerse todo el año. Charlamos un rato. Resulta que una de las mejores amigas de su hija es de Lebrija, y que estuvieron el pasado julio en Sevilla «con el fresco». Nos reímos un poco. El tipo de conversación absurda y cálida que solo pasa en el Camino.
La llegada a Bareyo: un mini chalet para mí solo
Decidí no quedarme en Güemes, sino unos kilómetros antes, en el Camping Molino de Bareyo, donde alquilé un mobile home privado por solo 20 euros. Un pequeño lujo en forma de casita con vistas a la colina, ducha caliente y silencio absoluto. Un mini chalet con todo lo necesario para recuperar cuerpo y mente.
Aunque reconozco que, tras hablar con mi amiga Lucía, me entró una cierta punzada de remordimiento por no haberme quedado en el albergue de la Cabaña del Abuelo Peuto. Allí, el padre Ernesto Bustio, mítico peregrino y viajero, crea una atmósfera de comunidad que me habría encantado vivir. Me lo reservo para otra vez. El Camino, al fin y al cabo, siempre da segundas oportunidades.
Costumbres del peregrino: ¿Wikiloc sí o Wikiloc no?
Hoy quiero hablar de una costumbre digital: el uso de Wikiloc. ¿Track sí o no? Yo lo tengo claro: sí. Con 43 años, nunca olvidaré una etapa preciosa en el camino de Arles en Francia que se tornó a amarga, en la que acabé caminando 14 km de más por perder la noción del tiempo. Y de las señales. Desde entonces, soy suscriptor y fiel usuario. No para depender de él todo el tiempo, sino como red de seguridad, más cuando haces el camino en solitario.
Hoy, sin ir más lejos, me pasó dos veces: por mirar a un lado o distraerme con los bastones, no vi las señales. Un vistazo rápido al mapa y evité lo que pudo haber sido otro “regalo” en kilómetros extra. Además, me gusta subir mis rutas y compartirlas con la comunidad, además de rememorar mis etapas, como decía mi gran amigo Luciano, «querido amigo, tienes una memoria utópica», a mí me gusta llamarla cortoplacista, ha ha. Es otra forma de devolver algo de lo que el Camino me da.
El día de hoy fue como un susurro: ligero, íntimo, auténtico. A veces el Camino se llena de palabras, y otras, como hoy, es el silencio el que te acompaña, sin molestar. Mañana será otro capítulo, pero este lo cierro mirando la colina desde mi mini chalet, con una sonrisa suave y los pies descansando.









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