Día 5 – Güemes a Santander: acantilados, playas y la elegancia del norte

Hoy el Camino me ha llevado por una de las etapas más bellas que he recorrido hasta ahora. No tanto por su dificultad, ni por lo técnico del terreno, sino por el regalo constante que supone caminar junto a la costa, sintiendo que cada paso es una postal en movimiento.

Desde Güemes al mar: villas, prados y bocata con vistas

Una de las cosas que más me ha llamado la atención hoy ha sido la transformación del paisaje urbano. Desde que salí de Güemes, empecé a notar cómo las casas eran más generosas, con jardines cuidados, fachadas impecables, aire de retiro soñado. Puede que tenga que ver con la cercanía a la costa y el turismo, pero era difícil no imaginarse viviendo allí. Todo estaba, sencillamente, perfecto.

Hoy no desayuné en un bar. Me preparé un bocata antes de salir y lo reservé para un lugar especial. Y vaya si lo encontré: casi llegando al Cabo de Galizano, me senté en un trozo de césped, con la Playa de Langre a lo lejos. Solo, en silencio, masticando despacio y respirando hondo. Uno de esos momentos de plenitud que el Camino te regala sin previo aviso.

Langre, Los Tranquilos y la playa sin zapatos

Desde Galizano, el Camino bordea los acantilados, regalando vistas majestuosas del Cantábrico. A la derecha, las pozas de Langre, piscinas naturales que parecían esculpidas para la contemplación. Y luego, el regalo inesperado: la Playa de Los Tranquilos.

Desde allí, se podía tomar una ruta entre vegetación… o caminar por la arena. Yo no lo dudé: me quité los zapatos y recorrí descalzo toda la Playa de Somo, sintiendo la arena húmeda bajo los pies, el rumor del mar, y el ritmo interno que solo el Camino conoce. Cada paso era más ligero que el anterior.

Reginas, mar y viento

Tras casi 4 km de playa, llegué justo a tiempo al embarcadero de Somo. Había calculado coger el barco de las 12:15… y llegué a las 12:14. Perfecto. La empresa Los Reginas me llevó por mar, con paradas en Pedreña, hasta desembarcar en Santander. La travesía fue breve, pero inmensamente relajante: el mar sereno, la brisa en la cara, y la silueta de la Fundación Botín apareciendo por babor. Silencio, respiro, gratitud.

Santander: ciudad abierta al mar

Aunque la etapa de mañana será la más larga de mi Camino (37 km hasta Santillana del Mar), uno no puede quedarse quieto. Así que aproveché para caminar otros 10 km más, esta vez como turista. Y qué descubrimiento. El paseo marítimo, el centro de la ciudad, las calles limpias y llenas de vida… pero si algo me atrapó fue el Parque del Castillo de la Magdalena, junto a la Playa del Sardinero. Un lugar para quedarse.

Conversaciones del Camino: Jay y los márgenes de Europa

Hoy crucé palabras con pocos peregrinos, pero tuve una conversación que no olvidaré. Jay, un chico del Reino Unido, me contó que no hace caminos de Santiago. Él bordea costas. Su meta es recorrer todos los márgenes posibles de Europa, conectando el este y el oeste a pie. Le falta solo la Ruta de los Faros de Galicia. Me dijo que, cada vez que tiene 20 días libres, lo único que hace es venir a caminar tramos de costa en España y Francia. Y me lo dijo con la pasión de quien ya ha encontrado su forma de vida.

Hoy el mar me acompañó todo el tiempo, primero rugiendo desde los acantilados y luego calmándose en la cubierta de un barco. Hoy la soledad no fue ausencia, sino compañía. Hoy no desayuné en un bar, pero tuve un festín mirando a Langre. Hoy el Camino fue luz, agua y viento. Y eso, no se olvida.

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