Día 6 – Santander a Santillana del Mar: trenes, tozudez y la magia de llegar

Hoy he completado la etapa número trece de mi Camino. Un número que muchos consideran fatídico, pero que a mí me ha traído alivio, encuentros y un alojamiento de los que dejan huella. La etapa oficial entre Santander y Santillana del Mar tiene entre 37 y 39 kilómetros según el punto de salida, pero el Camino, ya lo sabemos, nunca es igual para todos.

La salida antes del amanecer y el primer tercio para olvidar

Por fin lo conseguí: salí antes del amanecer, a las 5:40 de la madrugada, como tanto me gustaba hacer en otros caminos. Cruzar Santander en silencio, sin un alma, con las farolas aún encendidas. Y la soledad me acompañó durante los primeros 15 kilómetros, hasta llegar a Boo de Piélagos.

La realidad, sin embargo, es que ese primer tercio fue tan solitario como aburrido. Polígonos, asfalto, industria. Cero encanto. Tampoco ayudó que, siendo domingo, todos los bares estuvieran cerrados. Finalmente encontré uno abierto en Boo… pero mejor no hablar demasiado de ese lugar: una tostada sin tostar, un café caro y cero sonrisas.

Una decisión inesperada y el tren de la sensatez

Pero el Camino siempre pone delante a las personas adecuadas. Justo saliendo del bar, me crucé con dos chicas alemanas que venían en dirección contraria y me dijeron, casi en susurro pero con firmeza: “No lo hagas. Vente con nosotras. No hay nada que demostrar”. Me hablaban del tramo hasta Mogro, unos seis kilómetros más de lo mismo: asfalto y dureza. Me contaron que ellas iban a coger el tren hasta Mogro para ahorrárselo.

Yo, que soy cabezota por naturaleza – mi madre así me hizo -, me vi reflejado en sus palabras. Sin pensarlo demasiado, regulé mi orgullo y me fui con ellas. Y menos mal: nada más subir al tren, me encontré con la pareja italiana que conocí hace dos días. Reencuentros, conversación pausada y esa alegría súbita que da ver caras conocidas donde menos lo esperas.

Además, el pie izquierdo lo tenía como una patata, hinchado y caliente. Saltarme ese tramo no fue solo una decisión práctica, fue una forma de cuidar el cuerpo y escuchar al Camino. Solo serían 5 kms menos de mis casi 38, pero marcaron la diferencia.

Caminar en silencio, consejos de Fernando y llegar con hambre de belleza

Desde Mogro, retomé la ruta en solitario. Aunque transcurría por carretera, el entorno era amable. Caminos flanqueados por naturaleza, el canto de los pájaros, la ermita de la Virgen del Monte apareciendo en el horizonte… y allí, el encuentro con Fernando.

Fernando es un marino mercante jubilado, que ha vivido por medio mundo, incluida Italia. Por eso, con los italianos y conmigo tuvo una conversación de esas que se saborean. Gracias a él, tomamos un camino alternativo hasta Bárcena de Cudón que resultó precioso y además nos ahorró rodeos innecesarios. A veces, el mejor GPS es la sabiduría local.

Eso sí, me advirtió seriamente: “No comas cachopo en Santillana, no pega nada”. Y claro… lo primero que hice al llegar fue meterme un cachopo entre pecho y espalda. Porque si algo tenía antojo desde hace días, era de eso. Espero que nunca leas esto Fernando 🙂

De ahí a Santillana del Mar, poco más que añadir. Un tramo duro, industrial y poco amable. Pero todo esfuerzo encuentra su recompensa. Y vaya si la hubo: Santillana del Mar me recibió como una joya. Callejones empedrados, casas nobles, patios floridos y un ambiente casi de cuento. Mucho turismo, sí, pero merecido. Y aunque no me detuve demasiado en sus rincones más conocidos, pude saborear su atmósfera y su gastronomía.

El fotógrafo del sur de Europa

Y como guinda, el alojamiento. Hoy duermo en La Casa del Lavadero, regentada por Carlos Alipio, un fotógrafo que, según otros, lo definen con humor —y algo de razón— como “el mejor fotógrafo del sur de Europa y el norte de África”. Trato exquisito, lugar cálido y un detalle maravilloso: Carlos tiene una tradición. Cada mañana, cuando un peregrino se va, baja a la calle y le hace una foto artística como parte de una colección que está preparando sobre quienes pasan por su casa.

Mañana será mi turno. Y aunque me considero de los menos fotogénicos del Camino, estoy deseando ver qué retrato logra sacar de mí esta tierra, este día y este momento.

Cierre

La etapa de hoy no ha sido la más bonita. Pero ha sido una de las más sabias. Porque a veces, saber regular, decir que sí a un tren, callar el orgullo, escuchar a Fernando y cuidar los pies es también parte del Camino. Y más aún cuando el destino final es un lugar como Santillana del Mar.

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