Día 7 – Santillana del Mar a Comillas: fotos, familia y un pincho de tortilla inolvidable
Hoy el Camino comenzó con arte y amaneció con calma. Y es que la salida desde Santillana del Mar no pudo haber sido más especial. Carlos, el fotógrafo y dueño del alojamiento donde pasé la noche, cumplió su palabra: se despertó conmigo y me acompañó en los primeros pasos del día, cámara en mano. Me hizo una serie de tomas preciosas que sumará a su colección de retratos de peregrinos del Camino del Norte. Aunque no me considero fotogénico, creo que hoy sacó un buen resultado 🙂
Tras un abrazo y unas palabras, me encaminé hacia las afueras de Santillana con la luz del amanecer pintando los prados, vacas y aldeas con encanto. No es que haya sido el paisaje más espectacular, pero sí uno de los más placenteros y silenciosos de estos días. Diez kilómetros de calma y naturaleza, con aromas de campo.
Iglesias cerradas, pero puertas abiertas en forma de desayuno
En el recorrido pasé por varias ermitas, colegiatas e iglesias. Cada una con su estilo, su encanto, su historia… aunque, lamentablemente, todas estaban cerradas. Pero no todo quedó en puertas cerradas: la gran apertura llegó en forma de desayuno.
En Caborredondo, siguiendo la recomendación de un señor mayor que conocí horas antes junto a la iglesia de San Pedro, me detuve en el Mesón Los Sopenas. Allí probé mi primer pincho de tortilla de bonito… y fue una revelación. Sencillo, sabroso, contundente. Un bocado que supo a verdad y a tradición.
La costa inesperada y la paz de San Roque
Después de varios kilómetros más de prados y pueblos tranquilos, el Camino me sorprendió con una aparición inesperada del mar. Desde un alto, se abrió ante mí una impresionante vista de la playa de Luaña, encajada entre acantilados. Subí aún más, y desde lo alto, la panorámica fue digna de postal: mar bravo, acantilados imponentes y el aire cargado de salitre. Un auténtico regalo.
Ya cerca de Comillas, pasé por varias aldeas llenas de posadas preciosas, cuidadas con mimo. Y en una de ellas, por fin, encontré una puerta abierta: la Ermita de San Roque. Entré, sellé mi credencial, dejé unas palabras en el libro de visitas… y me senté. Un rato. En silencio (en este camino y en otros, esos instantes son exclusivos, dedicados a mí madre). Fue un momento de recogimiento profundo, que me hizo sentir parte de algo más grande.
El pasaporte olvidado y el valor de la comunidad
Más tarde, ya estando con mis tíos en Comillas, me di cuenta de algo que me sobresaltó: me había dejado el pasaporte del peregrino en la Ermita de San Roque. No te voy a decir que es lo más preciado que un peregrino puede perder, pero sin duda es uno de los recuerdos más valiosos. No por la Compostela —no es mi objetivo—, sino por lo que representa: el testimonio físico de los lugares recorridos.
Gracias a mis tíos, y a esa mentalidad de confianza que tiene el Camino, volvimos a la ermita. Y allí estaba: intacto, esperando. Nadie lo había tocado. Todo el que pasó por allí lo respetó, probablemente pensando que el peregrino volvería. Y así fue.
Comillas, una comida familiar y un reencuentro esperado
Desde la playa del Portillo hasta entrar en Comillas, el Camino se llenó de emoción. No solo por lo bello del lugar, sino porque hoy tenía una cita especial: mi tía María del Valle, mi tío Fernando y mi tía Amalia vinieron a verme. Coincidimos de forma inesperada en el norte y decidieron acercarse. Me invitaron a comer como un auténtico señor en un restaurante exquisito. Compartir el Camino con familia, aunque solo sea por unas horas, lo transforma todo. La comida supo aún mejor gracias a las conversaciones y a los abrazos.
Y como si no bastara con todo eso, al final del día volví a encontrarme con Gino y Eleonora, la pareja italiana con la que tanto he coincidido estos días. Hoy era su última etapa. Pudimos charlar más tranquilos, intercambiamos teléfonos y nos prometimos reencontrarnos: ellos en Sevilla, yo algún día en Milán.
Hoy ha sido un día completo. De imágenes para recordar, de sabores inesperados, de paz interior, de familia, de reencuentros y de objetos recuperados. El Camino tiene estas cosas: no necesitas que pasen grandes cosas, basta con que pasen cosas con sentido. Y hoy, todas lo tuvieron.
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