Día 8 – Comillas a Colombres: playas, repechos y una fabada que sabía a frontera
La etapa de hoy ha sido larga, pero llena de contrastes y momentos memorables. Salí bien temprano desde Comillas, como ya es costumbre, con solo una figura a lo lejos delante de mí y otra pisándome los talones. A veces, ese equilibrio es perfecto: te permite ir a tu ritmo, pero saber que si te equivocas, hay ojos que te cuidan.
Un grito que cambió el rumbo
Y así fue. No estaba perdido, pero me iba a adentrar en la variante más aburrida del día sin saberlo. Por suerte, una chica italiana (Welleda, creo) me gritó desde atrás: «¡Esa no, por ahí no! La buena es por la costa, mucho más bonita». Le hice caso. Y bendito sea ese grito. Porque lo que vino después fue un regalo continuo de paisajes.
La Playa de la Rabia, Oreña y Melosa
Tras cruzar el arroyo del Capitán, llegué a la playa de La Rabia y desde ahí caminaría varios kilómetros con el mar a mi derecha, entre campos verdes y brisa limpia. Al llegar a la Playa de Merón, decidí hacerla descalzo, por la arena. Uno de esos pequeños lujos que el Camino te permite.
Pregunté a una chica con un perro dónde desayunar. Me recomendó un sitio, pero decidí seguir mi instinto. Mal hecho: acabé en un bar de estación de autobuses que parecía sacado de una peli de terror… pero oye, ese café caliente me supo a gloria.
San Vicente, el Lebaniego y la montaña
Desde lejos, la vista de San Vicente de la Barquera me acompañó durante kilómetros. No llegué a entrar porque me suponía un desvío extra, pero solo verla desde la distancia ya fue recompensa. Poco después, uno de los momentos frikis del día: el Camino del Norte coincide durante un tramo con el Camino Lebaniego. Llevo años oyendo hablar de él y me hizo ilusión caminar, aunque fuera brevemente, por una ruta que sin duda tengo pendiente.
El día continuó con subidas pronunciadas que se ganan con el sudor y bajadas suaves flanqueadas de prados y montañas, con una temperatura perfecta.
Montañas que no se ven y caminos que sí
Poco después de pasar por La Acebosa, se llega a un lugar mítico: desde allí se puede ver a la derecha el mar Cantábrico y a la izquierda los Picos de Europa. En fotos es impresionante. Yo, sin embargo, no tuve suerte: cielo nublado. Pero la emoción estaba ahí igualmente.
Los siguientes kilómetros me llevaron por pueblos pequeños como Estrada, Serdio y Pesués, hasta alcanzar Unquera. Es en este punto donde el Camino del Norte se despide del Lebaniego. Por mi parte, no es un adiós, sino un hasta pronto.
El repecho final y la llegada a Asturias
Los últimos 6-8 km fueron menos poéticos: más gente, más tráfico, más urbano. Pero el repecho (como solemos decir por aquí) final hacia Colombres fue la guinda. Una de esas subidas que, aunque cortas, te sacan una sonrisa y una última gota de sudor. «Esto ya es casa», pensaba.
Llegué al alojamiento antes de poder hacer el check-in, y como manda la tradición peregrina, me recomendaron hacer tiempo comiendo algo. Fui al Restaurante Capri, y ahí lo vi: fabada asturiana. Era mi primer pueblo en Asturias, y no lo dudé ni un segundo. Entre pecho y espalda. La recompensa estaba servida.
Colombres: palmeras, Indianos y memoria
La tarde fue para mí, para pasear por Colombres y descubrir su pasado indiano. Calles llenas de casas señoriales, jardines con palmeras y una sensación de nostalgia viajera en el aire. Pero el corazón del día fue la Fundación Archivo de Indianos – Museo de la Emigración. Allí aprendí, sentí y confirmé que cuando veas palmeras en el norte, probablemente un indiano pasó por allí.
Hoy fue un día largo, con premio en cada curva y en cada cucharada. Un día de ayuda inesperada, de playas y repechos, de historia y pertenencia. Hoy el Camino me trajo a Asturias. Y me recibió con una fabada y una sonrisa.
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