Día 9 – Colombres a Llanes: acantilados, bufones y el gran cachopo final
Hoy ha sido el último día de esta edición de mi Camino del Norte. Etapa final, mochila ligera pero corazón lleno. Y como no podía ser de otra manera, el Camino me regaló una despedida digna de postal – para ella -, de conversaciones cruzadas y de sabores memorables.
Una salida con calor sevillano (en Asturias)
Salí temprano de Colombres, pero ya con un calor extrañamente sofocante. De esos que uno espera en Sevilla una noche de agosto, no en Asturias a primera hora. Me crucé de nuevo con Weleda, la chica italiana con la que ya había coincidido días atrás. También estaba sorprendida por ese bochorno atípico. Poco después me confirmaría la dueña de un bar del camino que Colombres tiene una especie de «micro clima».
Charlamos un rato mientras caminábamos, hablando de cosas mundanas y compartiendo sensaciones del camino. Como buena embajadora de HOKA, volvió a reforzar mi intención de comprarme unas cuando vuelva a casa, jajaja. Ambos estamos haciendo el Camino del Norte por etapas —ella empezó en 2023— y coincidimos en lo mismo: este camino tiene una belleza muy especial. Me habló maravillas del Camino Portugués. Otro que ya he añadido a mi lista de próximos destinos.
Un café y un adiós no anunciado
Vi un bar abierto (bendito ritual) y no pude evitar parar a por mi café para llevar. Weleda siguió caminando. Más tarde, tras pasar por los Bufones de Santiuste, nos encontramos brevemente. Pero como tantas veces ocurre en el Camino, ella fue por arriba, yo por abajo… y ya no volvimos a cruzarnos. Así de caprichosa es esta ruta.
El resto de la jornada la compartí entre encuentros esporádicos con otros peregrinos de días anteriores. Poca charla, mucha energía buena.
Acantilados que cortan el aliento
Desde La Franca hasta Llanes, simplemente no hay palabras. Caminos colgados del mar, acantilados infinitos, tiempo nublado, brisa fresca. Paré mil veces solo para mirar. El mar allí abajo, azul y eterno. El silencio, solo roto por las olas o el canto de algún pájaro. Tramos de bosque, sombra, y la sensación de que cada paso era despedida y celebración.
Playas, calas y bufones
Pasé por playas de ensueño: La Franca, Buelna, Pendueles, Vidiago… y otras más pequeñas, solitarias, como cápsulas de silencio entre prados y piedra. Me detuve con especial atención en los Bufones de Arenillas, formaciones rocosas curiosísimas que me impresionaron. Imaginar el agua saliendo disparada por esas chimeneas naturales en días de temporal me dejó embobado.
Una llegada triunfal y un cachopo soñado
Llegar a Llanes fue cerrar el círculo. Pasear por sus calles, respirar su olor a sal y piedra vieja. Y cómo no, cumplir mi última misión del Camino: mi gran cachopo en la Sidrería La Amistad. Un homenaje al cuerpo, al esfuerzo y al estómago.
Después, tiempo para mirar al mar, pasear despacio y dejar que la ciudad me envolviera. Ya no había prisa. Solo quedaba esperar al autobús que me llevaría de vuelta a Bilbao. Pero antes, me aseguré de despedirme del mar. Sin palabras. Solo con una mirada larga y agradecida.
Cierre
Así acaba esta etapa del Camino del Norte. No he llegado a Santiago, no es el objetivo. A las personas que me crucé, a las conversaciones, al silencio, a los paisajes que no caben en ninguna foto. Y sobre todo, a esa parte de mí que siempre se queda caminando, esperando la próxima vez.
Y como es de costumbre en mi Camino del Norte —algo que ya ahondaré cuando sea el momento—, en cada etapa intento buscar un lugar especial que me conecte con mi madre. Aunque la he sentido a cada paso, siempre dedico un instante, un rincón, a pensarla, a hablarle en silencio. En Llanes, ese momento fue al final, donde el pueblo se acaba y solo quedan los acantilados y el mar. Allí, entre brisa y espuma, estuve con ella. Un rato. Como siempre.
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